Presentación
Durante los últimos quince años sociólogos y filósofos críticos de arte y de literatura (Laddaga, Ludmer, Bourriaud, Forster, Garramuño, García Canclini, etc.) han debatido acerca del estatuto del arte contemporáneo, volviendo comunes, entre otras, categorías tales como arte “relacional”, “postdisciplinario”, “poscrítico”, “literaturas postautónomas” o “literaturas inespecíficas”. Con tales denominaciones se ha intentado abordar un fenómeno general de desautonomización del arte y de la literatura representativo del nuevo milenio que si por un lado incluye la mezcla, la hibridez, el uso de material ya hecho, la relación de contigüidad con el entorno de imágenes y sonidos, los diálogos interartísticos y la impronta de la cultura digital, supone también, por el otro, junto a una retracción de la ficción y a la emergencia de la empresa colectiva y colaborativa, algunas formas diferentes de intervención en el espacio social.
En relación a este último punto, desde los años setenta se han venido multiplicado las prácticas artísticas donde lo central no es tanto la crítica o la denuncia simbólica sino la realización de acciones estratégicas en relación a un entorno social inmediato, lo que la curadora e historiadora del arte Nina Felshin denomina “arte activista” (2001) para definir un nueva clase de vínculo entre arte y política que se diferencia del arte político, aquél que consiste solo en idear representaciones que interpelan al poder pero sin hacerlo en forma directa. Otra variante es la categoría “activismo artístico” empleada en el contexto latinoamericano por la Red Conceptualismos del Sur para designar “aquellos modos de producción de formas estéticas y de relacionalidad que anteponen la acción social a la tradicional exigencia de autonomía del arte”. Esta segunda modalidad refuerza la acción que hace del arte un concepto resignificado: “campo ampliado de confluencia y de articulación de prácticas especializadas” (plástica, literatura, teatro, música…) y “no especializadas” (formas de invención y saberes populares, extrainstitucionales…). En definitiva, cuando decimos “activismo artístico”, se ha de considerar como la síntesis práctica de una multiplicidad: no es un estilo, ni una corriente, ni un movimiento (RcS, 2012: 43)”. Para reforzar la simbiosis entre ambos planos suele usarse también a nivel global el neologismo artivismo.
Estas prácticas llevadas a cabo por diferentes colectivos y asociadas a distintos movimientos sociales y a protestas públicas provenientes de sectores estudiantiles con sus demandas particulares, organizaciones contra la discriminación racial y étnica, las reivindicaciones de mujeres y minorías sexuales, o los reclamos de movimientos ecologistas, adquieren especial impulso en el terreno latinoamericano con sus particulares condiciones sociopolíticas. Dictaduras, guerrillas, crisis económicas, desigualdad, erosión social provocada por las políticas financieras neoliberales, violencia extrema contra las mujeres, trata de personas, narcotráfico, migraciones, entre otras situaciones o conflictos, han sido y son objeto de múltiples manifestaciones de activismo artístico.
En Argentina en particular, como ha planteado Ana Longoni (2010), las prácticas de articulación entre producción artística y acción política, si tienen una larga historia y su coagulación paradigmática fue Tucumán Arde, han venido siendo profusamente revisitadas en los últimos veinte años en torno a determinadas precisas coyunturas: la aparición de H.I.J.O.S., la crisis del 2001, y el nuevo escenario abierto a partir del 2003. Sin lugar a duda a esta sucinta genealogía con derivas en la actualidad debe sumarse otra coyuntura: el Ni una Menos. Este logró una masividad que el movimiento amplio de mujeres y el feminismo en sus convocatorias precedentes nunca pudieron alcanzar. Si bien centrado inicialmente en el repudio de los femicidios — convocatorias sin quererlo funcionales a la construcción oficial de una agenda de género (la del gobierno neoliberal macrista), que poco espacio dejó para otras demandas— el NUM, supo luego aportar nuevos elementos al campo dinámico del feminismo y el movimiento amplio de mujeres: la legalizacion del aborto y la garantía de la Educación Sexual Integral, el reclamo en contra de la violencia hacia la diversidad sexual, la denuncia del impacto del ajuste en las mujeres, especialmente en las más vulnerables, y de los graves problemas que enfrentan las trabajadoras en la Argentina, el repudio a diferentes formas de violencia (la sufrida en los partos, en las cárceles o la ejercida contra las migrantes). Se reclama también por la situación de las poblaciones indígenas y campesinas así como las afrodescendientes; se señala la represión, persecución, abuso y extorsión policial a las trabajadoras sexuales y a las personas en situación de prostitución, se demanda por la libertad de presas políticas y se exige un Estado laico. Es indudable el impacto que estos trayectos y transformaciones de los feminismos en su conjugación de activismo y producción teórica operaron sobre diversas instituciones, producciones y modulaciones del arte y la literatura en los últimos años; no solo porque los textos de ficción son atravesados por la agenda del feminismo sino porque la literatura recobra, entre los diferentes discursos sociales y artes, un lugar central como lenguaje de la revuelta, de la lucha, del reclamo que va a cercenar las distancias entre arte/vida/política/ y va a renovar los modos de intervención de los artistas/escritores. Tal como señalan las compiladoras de Historia feminista de la literatura argentina en este período se da un cambio en los modos de pensar la obra de arte, su circulación, y su imbricación con lo común y con la política. Los colectivos de mujeres salen al espacio social a desarrollar un activismo que es estético-político desde su propia práctica literaria.
En esta nueva edición del Congreso Orbis Tertius lxs convocamos a participar con trabajos que presenten ya reflexiones histórico/teóricas acerca de los diferentes procesos de desautonomización del arte, sus particularidades según los contextos, los legados y genealogías del artivismo (vanguardias históricas, arte conceptual, situacionismo); ya las inflexiones que estos procesos pueden adoptar, tales como: las imbricaciones entre literatura y artes; los cruces entre ficción y testimonio-autobiografía-documento en géneros híbridos como la autoficción (Alberca, 2007; Arfuch, 2013) y la docuficción (Von Tschilschke y Schmelzer, 2010); la intermedialidad como una nueva vía para comprender espacios de intercambio entre las diversas prácticas artísticas o/y con los medios tecnológicos o digitales (Cubillo Paniagua), las performances y los Estudios de Performance (Diana Taylor); finalmente, las apuestas de colectivos y acciones específicas.
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